El alman en los labios
Letra: Medardo Ángel Silva | Música: Francisco Paredes Herrera

Medardo Ángel Silva Rodas
“El Niño Poeta”

Nace en Guayaquil, el 8 de junio de 1898 y muere en Guayaquil, trágicamente de un tiro en la nuca el 10 de junio de 1919, dos días después de su cumpleaños número 21; fue hijo único de Enrique Silva Valdez y de Mariana Rodas Moreira. Hombre culto, tocaba el clavicordio (su padre era músico y afinador de pianos) quien fallece dejándolo huérfano de 4 años; con su madre vivían junto al cementerio viendo todos los días los cortejos fúnebres que quizás le produjo una obsesión, una ansiedad de encontrarse con la muerte a la que la llamó: La enmascarada, Emperatriz, Libertadora del horror de la vida, La extraña visita, Hermana tornera.

Pertenece al grupo literario modernista “La Generación Decapitada” (calificativo usado por el escritor Raúl Andrade), integrado por Ernesto Noboa Caamaño, Arturo Borja, Humberto Fierro, con una vida y muertes trágicas. De origen humilde, fue autodidacta, maestro escolar, llegó a leer en francés; así tuvo contacto con la poesía de los simbolistas Paul Verlaine, Arthur Rimbaud, Charles Baudelaire sus referentes, junto al modernismo de Rubén Darío y el misticismo de Amado Nervo. Es el más alto exponente de la lírica joven del Ecuador, señalo una etapa luminosa de nuestra poesía, apenas iniciándose en el sublime arte del verso cuando solo tenía 14 años, en la revista Renacimiento en 1912, cuando en el cortejo lírico que formaban Égas, Noboa Caamaño, Falconí Villagómez y otros, el inspirado bardo dejó oír la armoniosa musicalidad de sus notas.

En 1918 se enamora de Rosa Amada Villegas Morán, vecina y de familias amigas, la víspera de su muerte le dedica una verdadera gema en prosa: Historia de un poema, en el que declara que “Amada” es la luz, el aroma y la música de un verdadero, vívido y palpitante poema. El día de su muerte llega donde Amada, su expresión era turbada, el poeta pide permiso a la mamá para hablar reservadamente con su hija, entonces la niña toma la lámpara y se dirigen a la sala, al momento que ella iba a tomar asiento oye unas palabras del poeta al oído y de inmediato la detonación de un revolver que acaba con su vida; se suicidó para algunos, para otros fue un accidente o quizás un homicidio ya que los policías no encontraron huellas de pólvora en sus manos. Rosa Amada solo pudo gritar: “Medardo”, enseguida entró su madre y pidieron auxilio al vecindario. Cuando la madre de Medardo llego ya había muerto, como su cabeza, las tuvo entre sus brazos, limpió su sangre, le pesó tierna mente y lloró con desconsuelo.

Antes le habían comunicado a Silva la decisión del Partido Liberal -entonces en el poder- de nombrarlo Secretario de la Embajada en Francia, con lo cual cumpliría con el caro sueño de los poetas y escritores; de ir a París “La ciudad de luz” a desarrollarse.

En 1914 se inició en el diario El Telégrafo Literario escribiendo con los seudónimos del Jean D´Agreve y Óscar René, que adoptó en 1915. El libro de poesía publicado en vida es El árbol del bien y del mal 1918 (tenía 19 años), escribió también y publicó una novela corta llamada María Jesús. Existe Poesías escogidas, una selección que Gonzalo Zaldumbide editó en 1926 en París, otra recopilación fue realizada en Quito por Vicente Castro con sus poemas en: Obras completas.

Colaboró en varias publicaciones extranjeras como Nosotros de Buenos AiresArgentina y Cervantes de MadridEspaña. Fue jefe de redacción de la revista Renacimiento y Patria.

Abel Romeo Castillo en su libro Medardo Ángel Silva: Vida, poesía y muerte, comenta: No creemos que lo más importante de la existencia del vate haya sido su muerte, todo lo contrario, lo capital, lo trascendental, lo excepcional, fue la extraordinaria genialidad de su vida y la copiosa y excelente obra literaria que le legara a la posteridad. Su vida y su obra son las que persistirán -como han persistido hoy- por encima de las circunstancias especiales de su instante final.

Sus poemas Amanecer cordial y Soledad hizo pasillos Carlos Silva Pareja, EI retorno, Lo tardío, Palabras de otoño, Tristezas del corazón por Nicasio Safadi, Joyel de amor, Morir besando, Llamé a tu corazón de Segundo Cueva Celi, Horas de intimidad de Marco Ochoa, María por Carlos Chávez B., Mi sufrimiento de Estanislao Pesantes, Se va con algo mío por Gerardo Guevara, y Las Hadas y Trova de Francisco Paredes Herrera.

Francisco José Antonio Paredes Herrera
“La máquina de hacer música”

Nació en Cuenca, “La Atenas del Ecuador” el 8 de noviembre de 1891 por el barrio San Francisco y falleció en Guayaquil, “La Perla del Pacífico” el 1 de enero de 1952; compositor y músico, hijo único del profesor, músico Francisco Paredes Orellana y Virginia Herrera.

A escasos 5 años de edad empezó a dar muestras de talento artístico e inteligencia musical poco común; su padre fue su primer guía con quien aprende a tocar guitarra, la concertina y el armonio. La escuela la cursó con los Hermanos Cristianos donde perteneció al coro y los secundarios en el Colegio San Luis (hoy Colegio Benigno Malo) de Cuenca; abandona estos habiendo llegado hasta quinto año de humanidades, su padre quería que sea médico o abogado, pero más pudo su vocación musical, la que finalmente es apoyada por su progenitor que le pone en manos del padre salesiano José Nicolás Basso.

En 1908 con 17 años de edad era ayudante de Dirección de Bandas Militares de Cuenca, cargo que lo mantuvo hasta 1915, pues poseía gran caligrafía musical de la cual dan fe sus manuscritos; además hombre de buen vestir. En 1910 creó el pasodoble Viva Plaza dedicado al General Leonidas Plaza G. A partir de allí datan sus composiciones, dos años después conoce a José Domingo Feraud Guzmán que trabajaba de copista de música de la banda del Batallón Quito acantonada en Cuenca, con quien entabla amistad siendo por esos años que el Sr. Feraud inicia la publicación de sus obras, que en 1914 y con 23 años de edad eran 60 canciones. En 1913 junto con su amigo músico y compositor Alfonso Estrella Merchán realiza los primeros viajes fuera de su patria chica, rumbo a Zaruma, provincia de El Oro, donde forma la Banda de Música de la Escuela Juan Montalvo, actual escuela Guillermo Maldonado, luego regresa a su tierra natal a seguir componiendo y enviando canciones a Guayaquil donde son comercializadas. Consciente del valor artístico de sus creaciones en 1920 el ya empresario J. D. Feraud Guzmán se traslada a Cuenca para proponerle que fuera a trabajar con él, ofrecimiento que no prospera ya que Paredes Herrera se había comprometido para laborar en Machala como profesor de música del Colegio “9 de Octubre”, cargo que lo desempeña por solo un año hasta 1921. Entre 1922-23 se radica en Guayaquil y trabaja con el señor Feraud Guzmán de Director Artístico de la fábrica de rollos para pianolas, actividad que realiza por 6 años hasta 1928, a la vez que simultáneamente era profesor de escuelas y seguía creando.

En 1930 las disqueras RCA Víctor y CBS inician la grabación de sus canciones; en 1936 a pedido del Director de Estudios de la provincia del Guayas y el Ministerio de Educación le nombra “Profesor de Música de las Escuelas de Guayaquil”, el nombramiento es extendido el 28 de diciembre de 1934, con el título de “Profesor de Música y Canto”. Ese mismo año la Banda de la Armada de USA interpreta la obra: Recuerdos del Chimborazo en un concierto al aire libre en Bound Brook, New Jersey, que fue transmitido por la Red Azul del NBC en onda corta a toda Latinoamérica.

Se casa con Virginia León Barrera, el 11 de julio de 1936, quien se constituye en el principal soporte de su carrera. El compositor solía afirmar que si lo hubiese conocido antes, su producción habría sido mayor y su inspiración y creación más hermosa.

El Príncipe del Pasillo compuso alrededor de 3000 canciones; musicalizó versos de poetas extranjeros: Julio Flores, Libardo Parra Toro, Juan de Dios Peza, Sonia Dimitrowna, Aurelio Martínez M.; de los ecuatorianos Medardo Ángel Silva, Manuel Coello Nóristz, Elías Cedeño Jerves, Juan de Tarfe y otros; también escribía letras para sus canciones con seudónimos: Martín Cano, Manuel Platón, Nicomedes Ruales, Perico Díaz , Moro Negro, Paco P.; M. Túpac Amaru, Jorge del Mar Miguel Usandizaga, Ventura Caballero, Silvio Cantos, Liborio Tarstchall, Pedro Flores, Nico Mata, Américo Costa, etc. que los usaba cuando hacía música por encargo.

Dada su productividad y genialidad música se le considera La Máquina de Hacer Música, El Rey del Pasillo, El Beethoven Ecuatoriano, etc. Compuso canciones en varios ritmos; entre las más conocidas figuran: Tú y yo, Anhelos, Manabí, Rosario de besos, Como si fuera un niño, Por tu amor, Horas de pasión, Playas del adiós, Palpita corazón, Adiós mi vida, Unamos los corazones, Un triste despertar, Último pasillo, Carbón que ha sido brasa, Más vale tarde que nunca, Por tu amor, Pesimismo, Recuerda, Vamos linda, Amor que renace y Siempre se y de amar, Guayaquil Perla del pacífico, Opio y el cinco, Siendo triste vivo alegre, Para tus ojos negros, Sobre las olas, Matilde, Escucha, Quejas de amor, Cenizas del corazón, Yo seré tu amor, Lejos de tus ojos, Nuestro destino, Sólo tú, El beso del recuerdo, Serpentinas de amor, los sanjuanes Cuitas de amor, Juanito criollo, El testamento del indio, Palomita culí, Al pie del capulín, el Himno de la Fuerza Aérea Ecuatoriana, el Himno del Periódico El Universo, el Himno del Cantón Gualaceo, etc.

La mayor parte de su creación la realizó en Guayaquil, aunque su corazón lo tenía en Cuenca; fue activo militante del Partido Socialista Ecuatoriano que funcionó en su casa, para quien compuso su himno.

Varios homenajes si le han concedido: en 1934 en el diario El Universo se coloca su retrato en la galería de honor de la institución por ser el compositor de su himno; en el Conservatorio de Música José María Rodríguez de Cuenca existe también un retrato de compositor; en la provincia del Guayas una escuela rural lleva su nombre, en Guayaquil cerca de la subida del templo San Vicente hay una calle con su nombre, en Cuenca en el barrio San Sebastián otra calle, y el busto al compositor frente al Puente Roto del Río Tomebamba en la Avenida 12 de Abril.

Las autoridades cuencanas en el año 2002 llevaron de Guayaquil sus restos de regreso a su terruño, dedicándole un lugar especial en el Cementerio Municipal de la ciudad de Cuenca; se cuenta también con un pequeño museo en su honor (hay que visitarlo) organizado por sus familiares y el Ministerio de Cultura; con valiosas piezas del creador, museo que está ubicado en la calle Larga y Benigno Malo.
He aquí la siguiente anécdota: al paso por Guayaquil en 1944 del cantante mexicano Dr. Alfonso Ortiz Tirado en su presentación en el Teatro Olmedo, estando entre el público Francisco Paredes Herrera pidió que le acompañara en el piano interpretaron juntos el pasillo Tú y yo. Cabe hacer la comparación entre Francisco Paredes Herrera y Agustín Lara, quien compuso algo más de 1000 canciones, y nuestro coterráneo cerca de 3000, con un total de canciones sonando en el mercado en la actualidad de alrededor de 100, en ambos casos; con la gran diferencia que Agustín Lara realizó su actividad en México (capital del espectáculo en Latinoamérica), país de Televisa, del cine latinoamericano, país de mayor consumo, de gran industria, población, poder adquisitivo, donde les gusta un poquito más la música y aman lo de ellos, por lo tanto esto le sitúa a nuestro creador, como uno de los mejores compositores de Hispanoamérica en el siglo XX.

En su tierra natal le han declarado en el agosto del año 2000 como uno de los juntamos ilustres del siglo XX.

Homenaje a Francisco Paredes Herrera

Acróstico leído por su autor el ingeniero Víctor M. Hernandez, en el cementerio de Cuenca. Y, a retornar los restos del compositor a su tierra, el 21 de junio de 2002.
Francisco Paredes Herrera
Regalo de Dios a la morlaquía
Ángel de luz de mi Patria
Nido fértil del pasillo, cultura de mi pueblo
Cuenca te cantó, y te encantó minerva inspiración de genios humanos
Sinfonía socialista del viento y de las aves
Compositor más grande de la América sureña
Orgullo del Azuay y de Ecuador entero.

Príncipe del pasillo austral del alma
Aires de mi tierra suspiro ecuatoriano
Rey de los ríos del viento y flores
Ecuador con orgullo de ofrenda
Dios padre autor del universo y tu lira
Eres del pentagrama de la morlaquía
Señor del sonido del viento y de las olas.

Huracán de las claves musicales
Éter del tiempo escrito en melodía
Regio autor y compositor americano
Rey de las músicas de los Andes
El Cabogana, el Cajas y el Nieve te evocan Pancho
Recuerdo presente y futuro en el tiempo
Ayer, hoy y siempre vivirás en nuestros corazones.

Historia de la canción

La letra: Nace de la inspiración del joven poeta Medardo Ángel Silva, una noche de diciembre de 1918, en su domicilio ubicado en el callejón Juan Pablo Arenas y Bolívar (hoy Víctor Manuel Rendón) de Guayaquil. Fallece el poeta y el 10 de junio de 1919 y el día siguiente al dar cuenta de su muerte el periódico El Telégrafo donde trabajaba, en amplia publicación incluye los versos de futuro pasillo, junto con otros de sus poemas. Los versos fueron encontrados en un papel que tenía la fecha 9 de junio de 1919 (un día antes de la tragedia), sin que hasta ahora se conozca porque el poeta fechó así poemas compuestos meses atrás. Esto hizo pensar y aún se cree, que Silva creó “El alma en los labios” en vísperas de su muerte. La dedicatoria “Para mi amada” dio lugar a creer que Silva creó el poema impulsado por la admiración o pasión que sentía por Rosa Amada Villegas Morán, una colegiala que con el correr de los años se convirtió en la esposa del autor del la letra del pasillo Guayaquil de mis amores.

La música: Conocí el genial compositor azuayo Francisco Paredes Herrera. Siempre simple y sencillo, no estuvo nunca en la “pose” de los “consagrados”, porque el mismo se consideraba solamente un eterno aprendiz de la belleza de la música popular ecuatoriana. En una de sus charlas se manifestó que en junio de 1919, en Cuenca estaba situada en los bajos de la casa de la señora Hortensia mata de Ordóñez, en el centro del parque a perdón Calderón, la peluquería “La Elegancia” de propiedad del discípulo de Fígaro, Justo Lucero. A dicha peluquería acudía toda la gente bien de Cuenca: intelectuales, artistas, hombres de negocios, rastacueros. Ese año se publicaba en Guayaquil “El Telégrafo” literario. Había llegado el último ejemplar dedicado exclusivamente a recordar la memoria del ilustre bardo Medardo Ángel Silva con las composiciones más sobresalientes del lirida recientemente fallecido. A esa barbería acudido el Nobel compositor que llega en el instante en que se arreglaba el poeta Alfonso Estrella, su amigo. Luego de saludarle Pancho se dedicó a escuchar al maestro Lucero, quien indicando el diario “El Telégrafo” le decía que por esos días había muerto dolorosamente el poeta Medardo Ángel Silva. De principio, no quiso creer la revelación, pero luego tuvo que inclinarse ante la triste evidencia. No hacía una semana que Paredes había tenido en su poder cariñosa carta de Silva. Se escribía siempre. Eran amigos del arte y la belleza y sin conocerse se sentían los predestinados a seguir distintos caminos con un mismo fin: hacer del dolor de la vida un canto.

Una vez en posesión de la fatal noticia, en diálogo con Alfonso Estrella le manifestó su deseo de seleccionar una creación de Silva del periódico “El Telégrafo” para ponerle música y eternizar así el recuerdo del grato amigo. Estrella y Paredes revisaron los poemas y encontraron que “El alma de los labios” era el indicado. Del 13 al 21 de junio de 1919, Francisco Paredes elucubraba a su mente en búsqueda ansiosa de la música, que armonice con el sentido profundo del poema. Después de sucesivos escareos al fin, dio con las armonías apropiadas para la letra. Escrita la partitura era necesario ensayarla para sentir su sabor en el canto, el teclado o el violín. Alfonso Estrella que fue testigo del nacimiento de los primeros anhelos del compositor, acudió a casa de Paredes para saber si ya estaba la música, y fue así que el 21 de junio, Francisco Paredes, Alfonso Estrella, Alberto Andrade Córdoba, Víctor Sarmiento y otros amigos del 19, decidieron estrenar el pasillo “El alma en los labios”; creyeron que era conveniente fuera en la hacienda “Yanuncay” propiedad del doctor Agustín Peralta. Así fue, Pancho ya de camino a la hacienda pronuncia lo siguiente: flota en el ambiente de las leyendas románticas de Remigio Crespo Toral y Luis Cordero Dávila, y esta Honorato Vázquez con su bella “chiva inclanesca” nos viene siguiendo para presidir está alegre fiesta del espíritu. El poeta Alfonso Estrella contesta: en esta noche se iniciará la etapa de los triunfos para el negro Pancho.

Y así, en la callada noche confidente, bañada por una romántica luna azuaya; al pasar por el histórico puente que conduce a la hacienda Yanuncay ante la Virgen de Bronce, patrona de Cuenca, frente al rumor del Río Tomebamba; Francisco Paredes con voz delicada canta el pasillo “El alma en los labios” por primera vez. Y, es Alfonso Estrella que en nombre de todos dice: gracias querido amigo, bajo el influjo de las sombras de la noche, el alma del suicida elegante ha venido hasta nosotros, a presidir esta liturgia extraña. Ebrios de belleza los bohemios siguen en hacienda Yanuncay pero antes de alejarse, Francisco Paredes pronuncia Virgen de Bronce, patrona dulce de Cuenca, dueña y señora de nuestras almas ilusionadas; perdona que hasta aquí hayamos venido un grupo amante del arte y la música, a interrumpir tu largo sueño de edades.

Y en una noche callada de Cuenca la Vieja, la romántica Cuenca, un 23 de junio de 1919, siendo testigos elocuentes, Dios y la Virgen de Bronce, acunados por el rumor patriarcal del Tomebamba nació la tierna canción, el pasillo “El alma en los labios”: Alfonso Estrella, Alberto Andrade Córdoba, Víctor Sarmiento, testigos fueron también del alumbramiento de una composición que se ha hecho clásica en la historia de la música popular del Ecuador. Medardo Ángel Silva tuvo al mejor intérprete de su sentimiento lacerado por el desengaño en Francisco Paredes Herrera.

En comentarios posteriores al éxito de la canción encontramos:

  1. Esta canción es la primera de las composiciones de Francisco Paredes Herrera que se graban, siendo la artista Estrella Irú la que estrena en público, comenzando así la difusión del pasillo.
  2. Leonard Rentería Gálvez en el Diario “La Nación” en 1954 dice: “…este pasillo es de América, porque lo hemos oído a través de las lejanas radio emisoras y por que nos a constado personalmente ciertas demostraciones de aprecio y mas que de esto, de una bien fundada popularidad; así en Montevideo.
  3. El profesor Hugo Delgado C. en 1989 escribe “…entre las celebridades mundiales que gustaron de esta canción está el ex presidente de Estados Unidos Herber Hoober, quien durante su visita a Guayaquil en 1928, en la gestión del doctor Isidro Ayora, solicitó le regalaran un disco con este pasillo”.
  4. La guapa y distinguida artista argentina Libertad Lamarque en una visita a Guayaquil dijo a los periodistas: “…la música ecuatoriana es bella dulcemente bella”, y su pasillo preferido era “El alma en los labios”.

Pasillo ecuatoriano con un siglo de haber sido creado, sigue sonando y gustando a las generaciones, a pesar de que quieran matar lo nuestro allí se quedó en el gusto popular.

Para mi amada

Cuando de nuestro amor, la llama apasionada,
dentro tu pecho amante, contemple ya extinguida,
ya que solo por ti la vida me es amada,
el día en que me faltes, me arrancaré la vida.

Porque mi pensamiento, lleno de este cariño,
que en una hora feliz, me hiciera esclavo tuyo;
lejos de tus pupilas, es triste como un niño,
que se duerme soñando, con tu acento de arrullo.

Para envolverte en besos, quisiera ser el viento,
y quisiera ser todo, lo que tu mano toca;
ser tu sonrisa, ser hasta tu mismo aliento,
para poder estar más cerca de tu boca.

Vivo de tu palabra y eternamente espero
llamarte mía como quien espera un tesoro.
lejos de ti comprendo lo mucho que te quiero
y, besando tus cartas, ingenuamente lloro.

Perdona que no tengo, palabras con que pueda,
decirte la inefable, pasión que me devora,
para expresar mi amor, solamente me queda
rasgarme el pecho, Amada y en tus manos de seda;
dejar mi palpitante, corazón que te adora.

FUENTE: Carrión, Osawaldo (2003 [2014]): Lo Mejor del Siglo XX, Quito, Ediciones Duma, 2014

 

 

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