Una pizarra de madera, color verde, que cuelga en la pared de la sala de su casa, es el único objeto que vincula a Luis Cuatucuamba Cacuango con sus 18 años como profesor.

Pero no es cualquier educador. Es el primer maestro de educación bilingüe del país. Nunca recibió un sueldo, sin embargo no faltó ni un día a la Escuela Santa Ana, de Cayambe, provincia de Pichincha. Así, rememora Hortencia Lara, su esposa.

Ahora de 92 años, en su domicilio, una casa de adobe y teja de una planta, el educador autodidacta recuerda la profesión que acogió por amor a Dolores Cacuango, su madre.

Frente al pizarrón, en una pared color blanco, luce el retrato de la líder indígena que luchó, entre otras cosas, para que los kichwas tuvieran acceso a la educación. Era 1944.

“Mamita Dolores me recomendó que trabajara educando a los niños, jóvenes y mayores”. Decía que solo así los indígenas que laboraban como huasipungueros en las haciendas no serían explotados.

Vestido con un traje oscuro, un sombrero café de paño y apoyado en un bastón, recuerda que el oficio de profesor era complicado. Una de las razones es que la mayoría de indígenas solo hablaba kichwa y no había planteles bilingües.

Cuando era niño, su madre le envió a la Escuela Provincia de El Oro, de la parroquia Ayora. El centro educativo dictaba las clases en español.

Su propia experiencia para aprender español fue singular. Cuatucuamba recuerda que era un niño cuando un compañero de Santa Ana, con ortiga en mano, le enseñaba hablar castellano. “Yo le agradezco a José Ushiña. Que Dios le dé paz en su tumba. Me hizo un favor al enseñarme castellano”.

Años después, las clases eran en kichwa y luego se traducían al español. Así empezó el sistema de educación bilingüe, por la década del 60.

Con sus propias manos, Luis Cuatucuamba fabricó el pizarrón que aún conserva. Ahí enseñó las primeras letras y números a decenas de niños, jóvenes y adultos. Estuvo junto a los últimos en una campaña de alfabetización.

Su amor por la enseñanza se truncó tras la asunción al ­poder de la Junta Militar de Gobierno en 1963.

Con los años, su memoria se ha resquebrajado. Pero no olvida el día en el que la escuela de Santa Ana, una de las cuatro que estableció su madre, fue cerrada definitivamente. “Vinieron el teniente político de Ayora (Cayambe) y un profesor. Me hicieron firmar un documento que clausuraba para siempre nuestra escuelita”.

Luego, laboró de albañil, carpintero y tejedor artesanal. El Ministerio de Educación le entregó un acuerdo, en el 2003, en el que se resalta su aporte para que los indígenas del país tuvieran acceso a las letras.

Pero nunca se dio curso a una pensión vitalicia por su vida dedicada a la educación, como ha sido su pedido.

FUENTE: EL COMERCIO

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