El país se encuentra en una encrucijada, en donde a más del miedo, la desconfianza e inseguridad crece el ODIO, generado por algunas creencias, promesas incumplidas, frustraciones, injusticias, desocupación, pobreza y divisiones entre ciudadanos en función del predominio de los egos.

Como nunca en la historia de Ecuador se ha vivido e intensificado el odio a ciertos políticos, a funcionarios cleptómanos y mitómanos, a los gobiernos insensibles, y, sobre todo, odio entre ciudadanos que han sido cegados por ideas, libretos e incluso por nefastas acciones de oportunistas, eternos candidatos y sempiternos aprovechadores que pregonan la división, la confusión y la compra de conciencias en base a ofrecimientos mentirosos. Odio muy particular de incautos que se fiaron de políticos que estiraron la lengua hasta llegar a engatusar a ingenuos. Odio que ha generado rencor materializado en violencia, protestas, vandalismo con destrucción de bienes en detrimento de la escuálida economía del país.

Las políticas sectarias de los gobiernos también han generado odio, de manera especial, en los que menos tienen y más sufren, situación aprovechada por inescrupulosos interesados sobre todo de jóvenes carentes de educación y con necesidades, para sumarlos a las bandas de delincuentes, narcotraficantes, guerrilleros y pandillas que pululan en nuestro país.

Lo que más enfada, es que este odio generado por algunos que se pavonean de líderes, ha llegado hasta la intimidad familiar en donde hay fuertes divisiones de posiciones y pasiones entre hermanos y más miembros de una misma familia, que se enceguecen en favor de unos u otros aprovechadores, autodenominados redentores de la patria.

Tras el odio se esconde el miedo que se ha tomado a la sociedad, miedo a quedarse sin trabajo, a la delincuencia, a la posibilidad de paros, a las burradas de los políticos, y sobre todo, miedo a los que visceralmente actúan con odio.

¡Dios nos libre del odio y de los odiosos! (O)

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