Con un día de retraso, por pedido del escritor estadounidense Jonathan Lethem, integrante del jurado junto con el español Javier Cercas, Mariana Enriquez y el público que votó por redes sociales, se anunciaron hoy los nombres de los ganadores del II Mundial de Escritura organizado por Santiago Llach y Catalina Lascano. Los campeones son el equipo Azules y el escritor y youtuber ecuatoriano Rommel Manosalvas, el Messi del equipo Azules y autor del texto “Abuelita”. En la competencia por equipos, el subcampeón fue “La pregunta no es dónde” y el tercer puesto se lo llevó Arácnidas. “Abuelita” también fue consagrado por el voto del público. En esta ocasión se duplicó la cantidad de participantes del Mundial: hubo 5402 jugadores de 42 países.

Sobre el texto ganador, Lethem comentó que suele quedar insatisfecho cuando sus alumnos de taller intentan escribir sobre los abuelos. “El resultado demuestra que los quieren pero que los conocen poco -señaló en su fallo el autor de Huérfanos de Brooklyn-. ‘Abuelita’, de Rommel Manosalvas, es diferente. Su lenguaje vívido y sus imágenes salvajemente inesperadas son usadas de manera urgente. Sube la apuesta. Me alarma. Esta es una abuela que no voy a poder olvidar aunque lo intente”.

La ficción, una vía de escape

Manosalvas vive en Quito y tiene 27 años; es arquitecto y escritor. “Para mí todo esto es algo enorme, porque escribo desde muy chico y eso siempre ha sido una necesidad casi vital en mi vida -dice a LA NACION-. Encontré en la escritura una forma de escapar del aislamiento que me ha producido siempre la timidez y, en el Mundial, conocer a personas de otros países que compartieran el amor por crear historias fue ya un premio en sí mismo. Lo que no me imaginé nunca al inscribirme es que mi texto iba a ser leído por escritores que admiro tanto como Enriquez, Lethem y Cercas, entre muchos otros autores grandísimos. Cada etapa de la competencia fue sumamente placentera: que el texto fuese traducido por Jennifer Croft me emocionó muchísimo. Toda la experiencia ha sido increíble”.

El ganador del II Mundial es aún inédito. “Solo se publicó un cuento mío, ‘Disforia’, en una antología editada por Cactus Pink, una editorial independiente de mi ciudad natal -cuenta-. Y pronto se publicará un ensayo que escribí sobre la relación de Victor Hugo y el gótico medieval, y cómo esta relación puede ayudar a encontrar alternativas para proteger a la arquitectura moderna patrimonial de mi ciudad, desvalorizada e ignorada por la gente”. Además, escribe una novela que establece analogías entre el cuerpo enfermo y la arquitectura. “Es un tema que emergió debido a situaciones personales y que terminó potenciado por libros como Permafrost, de Eva Baltasar, Nefando, de Mónica Ojeda, y Siberia, de Daniela Alcívar Bellolio. De hecho, el seudónimo que utilicé en el Mundial (Claudio Bellolio) fue en parte debido a Daniela, una escritora fantástica que recientemente publicó su libro en la Argentina y a quién admiro mucho”. En YouTube, Manosalvas crea y difunde contenidos sobre libros y literatura.

El segundo puesto individual fue para “Área de cobertura”, de Ignacio Martín Valiente, de Buenos Aires. El autor es profesor de Literatura y Castellano egresado del Instituto Joaquín V. González. “Toda su fuerza deriva de la banalidad de la historia que narra y de la sencillez y eficacia con que está narrada”, dictaminó Cercas. El tercer puesto lo obtuvo “Pileta”, de Martín Finkelstein, de la ciudad de Buenos Aires.

Los autores ganadores de la categoría general y los integrantes del equipo ganador se llevan como premio suscripciones al club del libro Pez Banana, coordinado por Florencia Ure y Llach. También participarán de un curso de cuatro encuentros con Margarita García Robayo, Ariana Harwicz, Josefina Licitra y Alejandro Zambra. Y los autores de los diez textos finalistas, que se pueden leer en este enlace, participarán de un taller de técnicas de no ficción con Leila Guerriero.

En la categoría de jugadores de hasta dieciocho años, el jurado de preselección conformado por Raquel San Martín, María Eva Álvarez y Fermín Huisman otorgó el primer puesto para el texto “Morir así parece sagrado”, de Milagros Porta, de Buenos Aires. El segundo fue para “la peor resaca es la de las palabras incorrectas”, de Josefina Gómez, y “Creo que no voy a preguntarte tu nombre”, de Eva Gadano, obtuvo el tercero. Por otro lado, el equipo Bibliófilos resultó ganador de esta categoría.

El tercer Mundial de Escritura tiene fecha: se realizará en octubre. Habrá un Mundial paralelo de poesía y diez charlas de escritores gratuitas para todos los participantes. En la tercera edición se va a crear una categoría sub-12, con consignas de escritura para chicos.

“Abuelita”, el texto ganador del II Mundial

Abuelita es una hiena de ojos negros. Duerme en el jardín bajo un aguacatero nacido de una pepa gorda. Abuelita se lame la piel curtida y le aúlla a la luna. Desde mi habitación, en medio de sombras nudosas, la veo tragarse puñados de tierra. Mamá la encadena a los árboles, a los postes, a una varilla embebida en un dado de hormigón, como si fuese una perra. La sujeta con una cadena de eslabones gruesos con la que se envuelve en las tardes calurosas antes de quedarse dormida. Entonces mamá aprovecha para cambiarle el agua. Una vez intenté acercarme y me mordió con tal fuerza que me hizo sangre. Corrimos a urgencias. Me cosieron las brechas abiertas por sus dientes falsos.

“¿Quién le hizo esto a su niño, señora?” “¿Qué clase de animal tiene por madre?”

Mamá me dice que la abuela ha vivido tanto como el aguacatero. Antes, cuando el bochorno golpeaba la casa, se amurallaba ahí; se agazapaba entre las raíces y hablaba con los chanchitos de tierra. Andaba desnuda, despojada de abrigos, sacos de lana basta y enaguas. Se desprendía de todo menos de su bastón, que era su tercera pierna, hasta que comenzó a arrastrarse sobre la hierba amarilla.

Mamá llora y abuelita la llama puta, le escupe, le avienta piedras. Por las noches dejaba su dentadura sobre el lavabo, en un frasco con agua donde flotaban restos de comida, escindidos por la luz naranja de los postes. Había días que me quedaba observando durante horas los dientes de la abuela, pensando en los nenes del laboratorio de biología en sus cunas de formol. Por las mañanas, abuelita merodeaba por los pasillos arrastrando los pies. Respiraba pesadamente tras las puertas cerradas, golpeaba el vinil con la base de su bastón negro. Se calzaba sus dientes sucios para comerse el contenido de la nevera: salchichas, huevos crudos, alitas de pollo sin descongelar. Queso hediondo de tres meses. Se tragaba todo con tal avidez que temía que perdiese el control y comenzara a devorarse las paredes, las mesas y las cortinas.

Un día llegamos a casa y la encontramos masticando una vieja foto del abuelo.

Un día mamá intentó acercarse y le mordió con tal fuerza que le hizo sangre.

Desde entonces vive atada en el patio.

Desde entonces no se saca su dentadura postiza.

“¿Qué puedo hacer?”, chilla mamá al teléfono. “Si lo intento me deja sin dedos. La otra vez fueron seis puntos, Amparo. ¡SEIS!”

A ratos espío cómo se arranca mechones de cabello y se los come, desnuda bajo el fresco del aguacatero, con los chanchitos de tierra entre sus piernas. Pareciera que hablara con los chanchitos. Hay días en que tengo ganas de golpear su cabeza con un palo de escoba. Quisiera reventarle los dientes con la puntera de mis botas.

Pobre abuela.

Desde hace un tiempo ya no se mueve tanto. Se la pasa con los insectos sobre camas de tierra negra al pie del aguacatero. Se enreda la cadena de eslabones gruesos en el cuello y quiero que se ahorque, que le queden marcas, como la media luna dentaria que me dejó en la pierna. Cuando se vuelva nada, aún quedarán sus dientes. La miro y sigue ahí, a la sombra del árbol, mascullando obscenidades y tragándose enormes puñados de tierra.

Desde la ventana, se parece cada vez más a un gusano enorme.

 

Fuente: La Nación

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