Una palabra en la actualidad muy de moda, que se refiere a la acción y efecto de corromper. Se ha identificado a la corrupción solo con el hecho de sacar provecho fraudulento de las instituciones públicas o privadas, empero, la concepción es más amplia en función que se da en muchos ámbitos de la cotidianidad.

La corrupción se manifiesta en hechos aparentemente triviales como copiar en un examen, comprar mercadería sustraída, evadir impuestos, robar servicios públicos como electricidad y agua. Hoy, en una verdadera epidemia con actos más graves como: sobornos al ofrecer dinero a cambio de un beneficio, muy frecuente para evitar multas, obtener licencias, notas de examen y más ; sustracción de dineros ajenos especialmente públicos; abuso de poder y autoridad para cometer actos improcedente; valerse de relaciones personales para obtener prebendas injustificadas; delincuencia organizada definida como reunión para cometer grave delitos hasta muertes; designación de familiares para cargos públicos conocido como nepotismo; robo o manipulación de información para beneficios personales o causar daño a terceros.

Lo mencionado nos induce a aceptar que vivimos en un entorno corrupto, lo hacemos y lo atribuimos a otros, miramos a otro lado y más de las veces vistiéndonos de inmaculados y pregonando que lo más grave es la corrupción, pero que es algo “normal” que se suceda.

Estamos es la obligación de promulgar valores, no permitamos que triunfe en las próximas elecciones un candidato mitómano o falseador de la verdad, siendo fundamental el ejemplo. Sin embargo, para afrontar la corrupción debemos hacernos un acto de conciencia para comenzar desde nosotros mismos y luego a los demás.

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