Por Dra. Valeria Delgado P.

Hoy, cuando han transcurrido ya 20 meses desde el inicio de esta “nueva normalidad”, me cuesta mucho rememorar los inicios de esta pandemia, quizá sea, porque como bien dicen, nuestra memoria anula los recuerdos negativos; sin embargo, quiero compartir con Uds. mi experiencia como joven médica ecuatoriana lejos de mi tierra, atravesando una emergencia sanitaria mundial.

Marzo de 2020, a 9 meses de haber iniciado mi postgrado en Hematología y Hemoterapia en el Hospital General Universitario Gregorio Marañón de Madrid, personalmente creo que viví la etapa más dura de mi carrera, ya que, aunque poco a poco nos acostumbramos a enfrentarnos con la muerte de forma frecuente, nunca estamos listos para hacer de ella nuestro día a día.

La doctora Valeria Delgado atendiendo a una paciente en la planta de Hematología del Hospital General Universitario Gregorio Marañón de Madrid, son pacientes inmunosuprimidos que requieren el máximo cuidado.

A medida que transcurrían los días, e incluso las horas veíamos como una avalancha de enfermos inundaba el hospital, recuerdo carreras, angustia, carencias, llanto, desesperación, indecisiones y muerte, mucha muerte. A pesar de ser un enorme hospital, todo se quedaba pequeño, desde el espacio físico hasta la plantilla de empleados, que sin pensarlo dos veces empezamos a doblar horas de trabajo, a no librar guardias, a cubrir bajas, a hacer lo que nos correspondía y lo que no. Fue cuestión de días para que las salas de Urgencias se extiendan invadiendo pasillos, salas de espera, despachos médicos y gimnasio, pasamos de tener 18 camas de UCI a un total de 134 entre marzo y abril, irrumpiendo quirófanos, salas de recuperación post anestésica y post quirúrgica y la biblioteca del hospital, todo de forma tan imprevista, pero con un único objetivo: ganarle el mayor número de enfermos a la covid. Para nosotros como médicos esto se transformó en una pelea constante contra un virus desconocido, agravado aún más por la falta de recursos que asoló a este y a todos los hospitales de Madrid.

Tengo presente a cada paciente, a cada abuelito, que fueron los primeros en verse afectados por esta enfermedad, sobretodo aquellos que nos pedían de favor no quedarse hospitalizados, pues eran muy conscientes que si ingresaban sólo tenían dos caminos: o permanecer aislados sin contacto alguno con sus familiares hasta su recuperación, o la opción más desgarradora, que la infección les supere y morir solos.

Lamentablemente, pocas semanas después la situación se volvió más crítica, al punto de que a pesar de haber multiplicado x 5 las camas de hospitalización y cuidados intensivos, no era suficiente para brindar el cuidado adecuado a los pacientes. Al inicio, había personas de 80-85 años que iban a cuidados intensivos, pero no pasaron muchos días antes de que por tener esa edad ya no eran aptos para cuidados críticos. Y ¿por qué?, porque las UCIs empezaron a llenarse de personas “jóvenes” que tenían prioridad por que aún les quedaban más años de vida. Y ¿entonces que? Lo único que nos quedaba es verlos luchar hasta el final por cuenta propia, sin ayuda de las “máquinas”, sin un respirador mecánico que les salve cuando ya no podían más.

Eso es desgarrador y frustrante desde el punto de vista profesional, pues incluso nos llegamos a cuestionar si realmente nuestro trabajo vale la pena. Sentimos que todo lo que hacemos es inútil, que nos estamos enfrentando a un monstruo desconocido que se ríe en nuestra cara cada vez que una vida se apaga. Al mismo tiempo creo que es injusto; pues, muchos de esos adultos mayores se cuidaron a lo largo de toda su vida para llegar con salud a la vejez. Aportaron a la seguridad social para que se les garantice una atención sanitaria de calidad y poco o nada pudimos hacer por ellos. Espero que cada una de las personas jóvenes que haya requerido cuidados intensivos y se recupere satisfactoriamente, sepa apreciar y valorar cada día de vida que le queda por delante, pues no todos tuvieron esa segunda oportunidad.

Asimismo, los profesionales sanitarios de todo el país no dudaron en viajar a Madrid, la ciudad más afectada, para echar una mano, y dentro del mismo hospital, no importaba si era cirujano, pediatra, alergólogo, urólogo, etc., nadie dudó ni por un segundo en salir de su zona de confort y dar una mano donde se requiriese ayuda. Y aunque, el material de protección siempre escaseó no había tiempo para los reclamos, se las ingeniaban para fabricar sus propios trajes, para reciclar mascarillas y de alguna forma protegerse.

Dejando de lado la tristeza, los momentos malos y el sufrimiento, quiero destacar que la solidaridad y el apoyo no se hicieron esperar; desde la empresa pública y privada, desde los más pequeños hasta los adultos mayores, TODOS los ciudadanos de una u otra forma mostraron su apoyo al área de la sanidad. Han aportado con máscaras, pantallas faciales y batas fabricadas artesanalmente, e incluso llevando comida al personal de guardia. Esos pequeños gestos nos han hecho más llevadero el camino. El apoyo diario que recibimos desde los hogares con sus aplausos nos arrancó una sonrisa dándonos ánimo para no decaer y mantener la esperanza de que esto pronto acabará.

Por mi programa de formación establecido, en junio de 2020 dejaba las guardias de Urgencia y pasaba a desempeñar mis labores únicamente en mi especialidad, sin embargo, de forma voluntaria me mantuve hasta hace unos meses haciendo guardias en Urgencias y en uno de los hoteles medicalizados donde se encontraban aislados pacientes con COVID19.

Al día de hoy, aunque un poco más ajena a la atención directa de pacientes con coronavirus, no puedo dejar de lado mi apreciación sobre la repercusión tan grande que esta pandemia ha tenido sobre los pacientes oncohematológicos, que son con los que trato día a día. Las estadísticas nos dicen que, durante la primera ola, la tercera parte de los pacientes hematológicos que han sido afectados por el SARS-CoV-2 ha fallecido, cuando en la población general la tasa de mortalidad no supera el 10 % incluyendo la población adulta mayor. Nuestros pacientes tienen enfermedades que les hacen más susceptibles a las infecciones y reciben tratamientos inmunosupresores que incrementan este problema, lo cual hace que una enfermedad como la COVID-19 sea mucho más grave en su caso.

Aunque las consultas se han mantenido, ha sido necesario adaptarlas, pasando a modalidad telemática/telefónica. En los hospitales se han creado circuitos diferenciados, y se ha obligado a testar por PCR a todos los ingresos y periódicamente a los pacientes ambulatorios. En la época más crítica de la pandemia incluso se han desestimado o anulado tratamientos de quimioterapia. A pesar de que se ha intentando acoplar nuestra actividad asistencial a esta nueva normalidad, hemos tenido muchos retrasos diagnósticos. En un informe reciente de la asociación española contra el cáncer en colaboración con varias sociedades científicas como la Sociedad Española de Hematología y Hemoterapia, se ha podido ver que los diagnósticos de cáncer se han reducido en hasta un 20%. Es decir, que uno de cada cinco pacientes con cáncer está sin diagnosticar, esos tumores están ahí. Y aparecerán en su momento, perjudicando claramente a los pacientes, que tendrán un diagnóstico tardío, con consecuencias en muchas ocasiones terroríficas.

Sin duda, esto no está ocurriendo solo aquí en España, la misma situación se está dando e incluso de forma mucho más marcada en nuestro país, donde los recursos son más limitados.

Con esto quisiera invitar a que nos concienciemos que la pandemia no ha terminado, que aún hay mucha gente susceptible al virus por más vacuna que reciba, es tan devastador ver que nuestros pacientes están superando satisfactoriamente a una enfermedad tan agresiva como es el cáncer, pero que lamentablemente se contagian de COVID19 y fallecen a causa de la infección.

Finalmente, decir que no tenemos otra opción que irnos acoplando a esta nueva normalidad, estamos lejos de terminar con esta pandemia que ha cobrado la vida de muchos de nuestros seres queridos, el SARS-COV-2 vino para quedarse, y cada uno de nosotros debe contribuir desde el lugar en el que estemos o el puesto que ocupemos para que los más vulnerables estén a salvo.


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