Por Felipe Abambari 

Desde la agudización de la crisis en su país los venezolanos han optado por dejar su tierra para tomar rumbo a Colombia, Ecuador, Perú o Chile en busca de una mejor calidad de vida, lo que significa una de las diásporas más preocupantes en la región en los últimos 30 años.

Según datos oficiales de la Casa del Migrante, en 2019 han ingresado al Ecuador unos 300.000 venezolanos y unos 10.000 a Cuenca. Pero esta cifra pudiera ser mayor, dado que muchos pasan la frontera sin registro alguno.

Una vez consumado el proceso migratorio, sin embargo, deviene otra lucha: subsistir. Por eso al caminar por las calles de Cuenca se puede advertir a vendedores ambulantes venezolanos ofreciendo caramelos, chupetes, chocolates, limpiando los parabrisas de los carros o simplemente ejerciendo la mendicidad en las veredas pidiendo dinero o haciendo la propuesta de intercambiar una moneda por billetes venezolanos.

Las historias son diversas, los dramas inmensos y la necesidad evidente. Recorren la ciudad con las caras tristes, abatidos, hambrientos y con el cariz de quien no ha dormido bien la noche anterior.

Los oficios que ejercen para sobrevivir, quienes sí optan por ganarse la vida trabajando, por lo general tienen lugar en las calles y avenidas de zonas como el Centro Histórico, Remigio Crespo, Feria Libre, entre otros.

Daniel José Pérez salió de Venezuela caminando rumbo a Colombia, pasó por varias ciudades hasta que, como dice él, “le tocó brincar a Ecuador”. Daniel recorrió algunos lugares en busca de trabajo para ejercer su profesión de ingeniero en sistemas, pero la falta de documentación no le ayuda. La necesidad lo llevó a mendigar en las calles junto a su pequeña hija y sacar por lo menos para pagar un hospedaje. A su juicio “Cuenca es cara”, dice él, pues un hotel “te cuesta entre 10 y 12 dólares”. Mientras hace este comentario saca un dólar con cincuenta centavos que ganó en dos horas, pero añade preocupado que su gasto diario bordea los 25 dólares.

Daniel ha pasado por Ambato y Loja antes de llegar a Cuenca, ciudades que ha recorrido junto a su hija. La atención de fundaciones u organizaciones sin fines de lucro como el HIAS lo ayudaron con una asesoría y una tarjeta de 50 dólares para comer. Cada mañana recorre las calles en procura de obtener el dinero para dos platos de comida, aunque a veces le toque darle a su hija solo una comida diaria.

Miles son los pies venezolanos que transitan por la ciudad trabajando con dignidad y esperanza; sin embargo, son miles también los que piden limosna.

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Los “chupeticos”, como dice Luis José de Cumaná, suponen su medio de subsistencia en Cuenca. Él dice que lo importante fue salir de Venezuela y hasta ahora la ciudad “los ha tratado bien”. Al igual que muchos, le toca salir con sus hijos en brazos a trabajar. Junto a su esposa paga 35 dólares a la semana por la residencia en la que vive, aunque ya les han sacado de varios lugares por no poder pagar esa cantidad de dinero. Asegura que le resulta mejor vender caramelos  y sacar unos 12 dólares al día que vender otra cosa. Así ahorran unos dos dólares a la semana para el arriendo.

María Carvajal, su esposo y sus dos hijos pequeños son naturales de Trujillo, Venezuela, y ya están 15 días en la ciudad. Su recorrido fue en carro y luego les tocó caminar. Ecuador es solo una parada, puesto que su destino final es Chile. Ella se siente frustrada por no poder ejercer su oficio de médico.

Uno de sus hijos debe cuidar el equipaje en su gran residencia que es la Terminal Terrestre mientras ellos trabajan. Este predio les brinda un sitio donde pasar la noche, ya que un hotel para cuatro es “demasiado dinero” para ellos. “Hay días buenos y malos”, dice. En algunas jornadas se consigue unos ocho dólares, pero en otras, nada. Miles de Soberanos, moneda que circula en Venezuela, para ellos sirve en Ecuador para cambiar por dólares y poder comer.

Estos son solo un pocos ejemplos de una realidad lacerante producto de un país sumido en una dictadura y sumergido en una de las peores crisis humanitarias de su historia. Zapateros, médicos, ingenieros, obreros, bachilleres, jóvenes con sueños truncados buscan un oficio, una moneda, un plato de comida, un porvenir.

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En esta ciudad la ayuda proviene de sectores como la Casa del Migrante; la Organización sin fines de lucro HIAS, Municipio de Cuenca, norteamericanos altruistas que ayudan en la Posada San Francisco y algunos cuencanos empatizados con la situación actual de los venezolanos.

Este peregrinaje continuará, no se sabe hasta cuándo, pero como dijo Daniel José, “el tiempo de Dios es perfecto y en cualquier momento llegará una gran bendición”.

Fuente: El Mercurio

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