Fausto Avila Campoverde
Por: Fausto Avila

Casi como culto diario, unos con intención de entretenerse, otros para salir de su rutina y estrés, unos pocos en busca de jugar; y, algunos para echarle suerte a las apuestas. Por una u otra razón  ciudadanos, hombres y mujeres, se dan cita a las canchas del centro urbano de Girón. Si pensó que todo esto sucede alrededor del ecuavoley, no se equivocó. Tan enraizada y fuerte afición, deja entender  por qué en las tertulias de los pasillos se rumora de grandes representantes que tuvo Girón. Será importante  conocer a tres de ellos:

Miguel “zambo” Loja

Miguel Loja muestra fotografías a Fausto Avila sobre su vida deportiva.
Miguel Loja muestra fotografías a Fausto Avila sobre su vida deportiva.

Al hablar de don Miguel Loja muchos le tienen de referente, dicen que nadie supo “volar” como él. Jorge Alvear reconoce que de niño siempre quiso aprender del “zambo” Loja, “no daba bola por caída, llegaba cuando ya parece que la bola picaba en el piso”.

Don Miguel, junto a Jaime Loja (colocador) y Raúl Toledo (servidor) jugaba en el equipo Flechita Roja y salían a los lugares que Deifilio Vallejo tenía pactado los cotejos. “Era nuestro aficionado y apostaba por nosotros, nos llevaba a caballo dos horas hasta San Fernando y Nabón… nos costeaba todo…era un paseo con todos los gastos pagados”, relata.

De todas las salidas tiene como anécdota: en una ocasión se quedaron sin pasajes para el regreso desde Nabón y debieron colgarse de las camionetas para llegar hasta el cruce de Cumbe.

En época de fiestas  a cualquier equipo le parábamos”.  En esos partidos y  en los que les armaba don Deifilio siempre hubo apuestas; casa adentro poco se apostaba, uno o dos centavos de sucre. Sin embargo, él no era de apostar mucho; “más se jugaba por deporte, por el gusto de jugar… La apuesta daña el deporte”, menciona, a la vez también deja un consejo: “los de ahora tienen que saber perder”.

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Cuenta que su apodo se debe a la abultada y churuda cabellera de la juventud, sin olvidar que con la “vejez se va cayendo todo” (sonríe), señalando el poco cabello que hoy le queda a sus casi 80 años. Pero varios ex dirigentes y deportistas lo reconocen con el mote de “cococha”.

Paseó su clase por Quevedo, Guayaquil y Pasaje. En el cantón bananero tiene el mayor de los recuerdos: En compañía de Jaime, juntaron al trio de Girón, llamaron a Raúl para enfrentar al Teniente del Ejército Víctor Llerena, quién era el vigente campeón nacional. Lo hicieron bien, pero perdieron, “no sin antes hacerles sufrir hasta el tercer quince”, narrar lo sucedido.

Cuando se casó decidió regresar a Girón. A sus 36 años mantenía su clase intacta, pero no volvió a jugar con su trio, Jaime migró a los EE.UU. y Raúl al Canadá. “Jaime, realmente era buenazo”, resume sobre el espigado jugador. Eran tiempos de los uniformes confeccionados de las telas que resultaban de los quintales de harina.

En el cantón orense empezó a trotar y ahora mantiene esa rutina, de lo contrario se arrugaría, indica jocosamente Miguel “zambo” Loja, quien también es un apasionado por la lidia de gallos.

Ramiro “tocho” Tapia

Ramiro Tapia conserva trofeos y diplomas como testimonios de buen deportista.
Ramiro Tapia conserva trofeos y diplomas como testimonios de buen deportista.

Reconocido por la pasión y euforia que ponía en la cancha, Ramiro Tapia es uno de los ilustres hijos de Girón y de las excelentes figuras que ha tenido este deporte. A sus 19 años formó parte del equipo que se coronó campeón de las primeras jornadas intercantonales, con la compañía del Ing. Moscoso y el Dr. Gavilanes, oriundos de San Fernando; el partido final lo disputaron contra el vecino cantón Santa Isabel.

Esa final y un partido que le ganaron a la Llantera por las fiestas de San Vicente se mantienen en la retina del “tocho” Tapia, como las más grandes remembranzas de su etapa de jugador. Del primero le queda de recuerdo un diploma que le entregó, en 1978, la Federación Deportiva del Azuay; del triunfo ante la Llantera, mantiene el trofeo más grande que adorna su casa.

Habla muy bien de las gestiones de Edgar Márquez, dirigente de la Liga Cantonal, “solucionaba todo” rememora. Pero no se olvida que en una ocasión don Edgar se había puesto “chispo” y se olvidó de traerles desde La Asunción. Les tocó regresar caminando en horas de la madrugada.

Cuida de varios trofeos, pues siempre se destacó por el cantón, en el cuartel y por la Cooperativa de Transportes Girón. Alcanzó un título a nivel de chóferes en Cuenca. En sus recuerdos posee trofeos hasta el año 1996.

Para jugar por las fiestas hacían el “sacrificio” de dormir pronto, ya que “representar al cantón es un orgullo” indica el “tocho” Tapia. Con resignación señala que ahora jugar por Girón es muy pasajero, “se preparan la víspera y el día, pero nada más”; sin desconocer que algunos no se dedican a practicar por sus estudios y recomienda a los jóvenes de estas generaciones  para que “jueguen con más ñeque, no solo por dinero”.

Lastimosamente en un partido en Santa Teresa sufrió una grave lesión en su rodilla izquierda y debió acudir al quirófano. Una cicatriz prominente delata que verdaderamente su rodilla se despedazó, “la rótula me subió hasta acá” (señala hacia su ingle). Su recuperación fue lenta, dramática y perduró por más de un año. Eran inicios del nuevo siglo, recién cruzaba el umbral de los 40 años. “Después de eso ya nada de coloque”, reseña con algo de melancolía en su hablar.

Hoy no deja de asistir a la cancha, siempre en compañía  de su esposa, para verles actuar a sus amigos, sus hijos y de vez en cuando ponerse de corto e ingresar en la posición de servidor. El Ecuavoley parece que lo tiene impregnado en su piel. De sus condiciones, modestamente apunta su buen coloque, templada y también el ganche. Pese a que hasta su época los jugadores cuidaban sus respectivos puestos, él dice que quien mandaba a jugar adentro o abierto, era el servidor.

Ramiro “tocho” Tapia un querendón del ecuavoley,  no duda, ni es celoso con sus conocimientos para compartir sus indicaciones a los jugadores que actúan tarde a tarde en la cancha del parque infantil, con mayor razón si son nuevos valores, prospectos de buenos jugadores.

Jorge “cajucho” Alvear

Jorge Alvear, a más de la práctica deportiva se dedicó a la dirigencia.
Jorge Alvear, a más de la práctica deportiva
se dedicó a la dirigencia.

Si escuchan que un colocador tararea indicándoles a los rivales donde va colocar el balón: “chiquita – chiquita” y éste va allá,  le va identificar claramente que se trata del talentoso Jorge “cajucho” Alvear, pues él tiene esa particularidad que lo identificó siempre. No  miente a sus contrincantes, sin embargo por la incredulidad y por la velocidad de la pelota, era inalcanzable para ser defendida por los contendientes.

“Cajucho” Alvear sobresalía por su buen salto. Aprendió el ecuavoley de excelentes exponentes como José Avila y su gran referente Miguel Loja. Por eso, desde muy joven ya representó al cantón y al colegio Alejandro Andrade; a los 16 años fue suplente de la selección de Girón.

Tetracampeón entre las instituciones educativas locales, cuatro títulos pues perdió y repitió cuarto curso, varias coronas en los campeonatos organizados por la Liga Cantonal y dos títulos intercantonales en 1983 y 84, frente a Gualaceo y Sigsig.

Los campeonatos intercantonales fueron junto a los señores Moscoso de San Fernando (Luis y Bolívar), por esos tiempos parroquia de Girón. A nivel local actuó con los “dos memines” como afectuosamente les presenta a Raúl y René “chamo” Murillo. Alvear reconoce que no se podía separar de ellos; los rivales le pedían, pero no aceptó el reto.

En los partidos de apuesta recibía el costeo de  sus seguidores, pues casi nunca perdió por cuanto “los chicos murillo apostaban las ganancias de la venta de helados y metían todo”, razón por la que no podían perder. Cuando se construía la vía Girón-Pasaje, había un manaba que apostaba, luego les compartía un poco de las ganancias; así, los domingos acumulaban cerca de 600 sucres, pero “todo dejábamos en la cantina”, narra en señal de arrepentimiento.

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Enfrentarse a los “chabelos” era un clásico, se jugaba con “garra, ñeque y corazón”, cualidades desaparecidas en la juventud, por eso afirma que las nuevas generaciones “nunca llegaron a nada”. Él no se amilanaba ante nadie, ni cuando Nicolay Aguirre le tumbó en plena cancha, ante su público. Por todo esto, en su mejor momento le invitaban a conformar equipos en Cuenca.

En la década de los 80´, el jugador cubría su respectivo puesto, nadie mandaba a jugar. “El ecuavoley antes era mejor, el colocador hacía todo, jugaba media cancha”, explica.  Este deporte ahora es de obediencia a la jugada que se piensa hacer. Antes predominaba la parte física y técnica, el mérito estaba en soportar los tres quinces.

También migró por un tiempo a los EE.UU.; regresó, no sin antes conseguir un título en el condado de Westchester entre paisanos del  Azuay. Los coterráneos Lucio Cordero y Magno Carpio, le acompañaron.

De esta forma, nos adentramos en el deporte más practicado entre los achiras, tiempo falta, pues en el trayecto uno se entera de la clase y calidad de los hermanos Álvarez Torres: Julio y Mario, Carlos Álvarez, Jaime Loja,  Raúl y Gerardo Toledo, Enrique y Lauro Cabrera,  Raúl y René Murillo, Rafael Gavilanes, los señores Moscoso y Milton Quituisaca. Ahora sí tenemos argumentos para acudir en busca de mayor suerte y apostarle a los mejores exponentes de nuestro ecuavoley.

FUENTE: Revista “Girón 360º”, Tercera edición, Junio de 2016
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