Wilson Aurelio Hernandez
Por: Wilson Aurelio Hernandez

La corrupción, esa conducta perversa y despreciable de quienes hacen uso indebido del poder político o económico para alcanzar privilegios personales o privados, es un monstruo de mil cabezas, de mil voces, de mil estómagos, de mil caras.

Es un monstruo que igual puede tener la cabeza de un carismático presidente, que la testa desabrida de un intendente; igual puede manifestarse en el verso de alguien con mandato, que en la prosaica viveza de algún candidato; igual puede manifestarse en la panza de un glotón de Samborondón, que en la famélica tripa de un cuidador del Malecón, y, puede igualmente, mostrarse en el rostro falaz de un banquero, que en la faz sonriente de un portero.

El Ecuador y el resto de la geografía del planeta son escenarios donde el mal uso del poder genera privilegios ilegítimos en beneficio personal y privado, a través del uso inmoral de información privilegiada, del tráfico de influencias, de la extorsión; del soborno, del peculado, del nepotismo, de la cooptación; del enriquecimiento ilícito, del lavado de activos y de la impunidad, entre otras formas de corrupción.

Casos como la sucretización, en el gobierno de Oswaldo Hurtado, en 1985;  el feriado bancario, en el gobierno de Jamil Mahuad, en 1999, y los casos Petroecuador, Odebrecht o Caninosca, en el gobierno de Rafael Correa, entre otros tantos, son casos de corrupción que el pueblo ecuatoriano nunca debería olvidar si aspira a forjar cambios en la conducta de quienes pretendan gobernarnos en el futuro.

La corrupción, por el desvío de inmensas cantidades de dineros públicos a bolsillos y cuentas privadas, significa que el pueblo recibirá menos educación, menos salud y menos obra pública, indispensables para el desarrollo y progreso del país. Y, sin embargo, las gargantas profundas de los corruptos, convenientemente y estratégicamente enquistadas en todas las esferas del poder, le repetirán insistentemente al pueblo que su gestión es la más pulcra, la más eficiente y la más transparente de la historia del país.

Y es que los corruptos, cual hábiles hechiceros, se adueñan del imaginario popular, para mantener a las masas desposeídas en un estado de letargo y complacencia, mientras ellos, amparados en su poder, acumulan riquezas a su favor, cantando los mantras de un mito revolucionario que se ha convertido en el opio del pueblo, en pleno Siglo XXI. La mano invisible de la corrupción, pretende blindar a todos los soldados de este mal y garantizarles la impunidad necesaria por sus fechorías.

La corrupción, igual que las guerras y las pestes, ya sea que se hayan incubado en los palacios de gobierno o en la garita de un portero, terminará siendo la ruina de los más pobres, de los más necesitados de los más inocentes.

Respecto a la guerra, León Gieco, en su icónica canción “Sólo le pido a Dios”, dice, “Sólo le pido a Dios que la guerra no me sea indiferente, es un monstruo grande y pisa fuerte toda la pobre inocencia de la gente”. Y, lo mismo, exactamente lo mismo deberíamos decir de la corrupción. Pues, los ciudadanos honrados del mundo, que, sin ninguna duda, somos la gran mayoría, parodiando a León Gieco, deberíamos gritar, “Sólo le pido a Dios que la CORRUPCIÓN no me sea indiferente, si un corrupto puede más que unos cuantos, que esos cuantos no lo olviden fácilmente”.

No debemos olvidar el daño inmenso que causa la corrupción a los más pobres, a los más necesitados, a los más inocentes. Aunque eso, exactamente eso, es lo que desearían los gobernantes, los banqueros y los burócratas corruptos. El olvido y la indolencia frente a la corrupción es lo que conduce a la impunidad. Y con la impunidad se termina regando agua bendita sobre aquello que debe ser causa de castigo.

Nosotros, el pueblo, necesitamos decir !Ya basta!. Los corruptos no deberían ser llamados ni líderes, ni patriotas, ni revolucionarios. Deben ser llamados corruptos, y tratados como corruptos y castigados como corruptos. La cárcel y el repudio social debería ser su destino.

El pueblo no debería ser cliente político de corruptos.

¡Castiguemos a los corruptos, matemos la corrupción!

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