Wilson Aurelio Hernandez
Por: Wilson Aurelio Hernandez

Si ser utópicos es estar inconformes con la realidad que vivimos, sobre todo con la realidad social que nos envuelve, y concebir que nuevas formas de organización social posibilitarían la construcción de una sociedad incluyente, justa, pacífica, solidaria y hospitalaria, capaz de hacer feliz a casi todos, entonces, estoy seguro, que la gran mayoría de seres humanos somos utópicos. Ser utópico es ser subversivo; es ser crítico de Enrique VIII o de cualquier rey, príncipe, emperador o gobernante que nos quiera convencer que lo que tenemos en el presente es lo mejor a lo que puede aspirar el ciudadano, en contraste con lo que los verdaderamente utópicos concebimos.

Recuerdo el discurso de la señora Gabriela Rivadeneira, Presidenta de la Asamblea Nacional, pronunciado el 24 de mayo del 2013, con ocasión de su acto iniciático en la escena política nacional. Aún recuerdo el delirio con el que sus coidearios le aplaudían y el coro que el gregarismo emocional provocaba. Y es que fue un discurso, intencionalmente o no, preparado para avivar las emociones de los presentes y también del pueblo. La lógica y la ética no fueron invitas a la construcción de ese discurso. Tomás Moro, y no porque yo crea en la vitalidad de los muertos, ese día, habrá enloquecido en su tumba.

Es cierto, muy cierto, que Tomas Moro con su obra UTOPÍA nos hace soñar con un algo social y atemporalmente mejor; pero lo que no debemos olvidar es que su principal propósito fue desenmascarar la organización falaz que imperaba en la sociedad inglesa, a la que su rey, y él mismo gobernaban, y cuya legalidad era el resultado de las vivezas de unos, para asegurar su preeminencia sobre los demás. La aplastante crítica que Moro hizo al orden social de entonces y a la manera de ejercer el poder del rey, le valió la pena de muerte. Desafiar al rey era fatal; como desafiar a un gobernante, hoy, en algunos países, lo puede ser. Enrique VIII, en un “acto de clemencia” ordenó que no le torturaran, ¡Qué sólo lo decapitaran! Hoy también hay enriques octavos que, para congraciarse con las masas, se muestran clementes con los culpables de desafiar su autoridad.

Entre otras cosas, el discurso de la señora presidenta de la Asamblea Nacional, nos recordaba que el neoliberalismo había sido el “depredador de nuestra Naturaleza”, y yo me pregunto ¿Y qué está pasando hoy con el Yasuní? ¿Y qué con el afán vehemente de emprender una minería a gran escala en el Ecuador? ¿Cómo conciliar los derechos de la Naturaleza, consagrados en la Constitución de Montecristi, con la insustentabilidad que significa la minería? En otro momento de su utópico discurso, mencionó que el gobierno de la Revolución Ciudadana sería un gobierno de “Moral incorruptible, al servicio de la patria”, y yo me pregunto ¿Cuántos casos más de corrupción hacen falta para que un niño grite que en este gobierno, engendro de la derecha ecuatoriana, ha habido, tanta o más corrupción que en los gobiernos de la partidocracia? Habló también del fin del neocolonialismo y de la dependencia, y yo me pregunto ¿Depender de China, no es dependencia? ¡Cuánto, cuánto habría tenido que criticar Tomás Moro a este Ecuador del Siglo XXI!

Casi al cerrar su discurso, la señora Presidenta de la Asamblea Nacional, decía “en el camino encontraremos revolucionarios que, sin decir que lo son, pondrán toda su energía para que demos el salto que la patria necesita”. En esto ella acertó: Habemos ciudadanos, los emigrantes, que, sin decir que somos revolucionarios; que, sin decir que somos utópicos, todos los días de nuestra vida, cada quien con su utopía, estamos forjando la grandeza de la patria, porque les guste a los nuevos actores de la política nacional, somos la mayor reserva moral que tiene el país.

Desde el poder, desde la Revolución Ciudadana se ha deshonrado, se ha desacreditado, se ha profanado a las utopías. Se han olvidado que ese maravilloso viaje que debe ser la utopía, debe ser un viaje ético de alteridad, de inclusión. Una utopía excluyente, está lejos de ser utopía, es más bien una distopía. Como dijera Humberto Eco, “La ética empieza cuando los otros entran en escena”. Creo que vivir sin utopías es inmoral; por eso creo que algo mejor es posible.

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