En la segunda semana de enfrentamientos entre Israel y Gaza parece que el conflicto se acerca una tregua, pero aún habrá que ver cuál es la decisión oficial del gobierno israelí ante el aumento de los pedidos internacionales de un alto al fuego.

En ese escenario el retumbar de explosiones de fondo, el sonido a diario de alarmas antiaéreas y los largos ratos en refugios marcan la rutina de las localidades israelíes cercanas a Gaza en los últimos días, en la peor escalada de disparos de cohetes por las milicias palestinas de los últimos años, más de 4.000.

El silencio y las calles casi vacías en pleno día son el paisaje imperante en Ashkelón, urbe marítima israelí a unos 13 kilómetros al norte de Gaza. Esta ciudad de aspecto residencial y en crecimiento urbanístico -grúas e inmuebles a medio construir se ven por todas partes- ha sido blanco principal de los milicianos de la Franja, que lanzaron más de 800 proyectiles hacia ella en los últimos once días.

“La gente se abastece en los supermercados”, sale para trabajar “y se resguarda en casa”, cuenta a Efe Johana Zaidman, venezolana-israelí que se instaló con su familia en Ashkelón hace cuatro meses.

Tras dejar Venezuela hace un año y medio, ella y su marido se establecieron en la ciudad por su “tranquilidad” y las opciones que ofrece a sus dos hijos de doce y ocho años, pero la calma se volvió en una tormenta y la situación cambio radicalmente en pocos días.

Desde el 10 de mayo, los proyectiles de los grupos islamistas Hamás y Yihad Islámica impregnan el cielo de Ashkelón y Ashdod, otra ciudad de tamaño mediano algo más al norte. En su punto álgido, las ráfagas de cohetes superaron el centenar, y aunque los vecinos de la zona están habituados a disparos intermitentes desde Gaza, muchos perciben que la intensidad de estos días no tiene precedentes.

Aluvión de cohetes

En solo once días, al menos 4.070 cohetes se lanzaron desde Gaza hacia Israel -incluso hacia Tel Aviv o Jerusalén-, casi tantos como los 4.481 disparados durante la guerra de 2014 en 51 jornadas.

“Mucha gente no se imaginaba que se llegara a este nivel”, comenta Zaidman, residente en un apartamento en un barrio tranquilo de edificios de pocas alturas y casas con jardín de inmuebles de pocas plantas y casas con jardín cerca del mar.

Por la noche duerme con su marido e hijos en una sala especial del piso recubierta con paredes reforzadas, puerta y ventana metálicas que sirve de “búnker”. Es un equipamiento que incorpora por ley toda vivienda de nueva construcción israelí en la región y sustituye el antiguo refugio común que aún hay en sótanos de edificios viejos.

Según marca el protocolo, los habitantes de Ashkelón y otras zonas cercanas a la franja tienen 15 segundos para llegar a estas cámaras o al refugio más cercano desde que suenan las alarmas, un margen reducido que algunos no alcanzaron: el pasado 11 de mayo, las dos primeras muertes en Israel por impacto de cohetes fueron en la urbe, y otra mujer murió días después tras caer cuando iba a protegerse.

En total, la actual escalada bélica se ha saldado con la muerte de 12 personas en Israel -dos de ellas menores-, mientras que en Gaza se ha cobrado la vida de al menos 232 palestinos, entre ellos 65 menores.

Estos días, al recorrer las carreteras de las pequeñas localidades a pocos kilómetros de Gaza, el sonido de explosiones de los cohetes interceptados por el sistema antimisiles de Israel, Cúpula de Hierro, ha sido la tónica.

Presencia militar

La presencia de carros blindados, vehículos militares y soldados en puestos de control también era común. Algunos, ante las alertas de proyectiles, se refugiaban dentro de pequeñas estructuras de hormigón habilitadas para protegerse hasta acabar las sirenas.

Los civiles en paradas de autobuses tienen instalaciones parecidas justo al lado, incluso decoradas con pinturas y murales, integradas en el paisaje de un lugar todavía con cicatrices de escaladas del pasado.

El incesante disparo de cohetes ha vaciado también localidades cercanas a Gaza. En el kibutz Nirim, a pocos kilómetros de la franja y con unos 400 habitantes, el 70% de familias, sobre todo aquellas con niños pequeños, se fue a buscar cobijo en otros puntos menos expuestos, comenta Adel Raeme, residente de la comunidad y profesora en escuelas de la región que por ahora siguen cerradas.

En otros lugares como el kibutz Beeri, a apenas cuatro kilómetros de la línea divisoria, muchos “intentan mantener la normalidad en la medida de lo posible”, explica su portavoz, Ofer Gitay, mientras otros residentes pasean en bicicleta o a pie por dentro de la comunidad, donde también hay tropas desplegadas por la situación.

Gitay, que estos días sigue trabajando pese a la tensión o las interrupciones por las alarmas, espera que “pronto haya una tregua” que devuelva tranquilidad “por un largo tiempo”, aunque es consciente que la herida con las milicias de Gaza sigue abierta.

En la zona, la mayoría de vecinos anhela la calma y una posible tregua, una opción que el Gabinete de Seguridad israelí delibera esta misma tarde, pese a que por ahora siguen lanzándose cohetes desde Gaza y el Ejército continúa sus ataques aéreos. (I)

Fuente: El Universo


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