LA RESILIENCIA DE LOS MIGRANTES
En los distintos foros que con frecuencia se desarrollan en torno al tema migratorio, con demasiada frecuencia surge la reflexión sobre la fortaleza que los inmigrantes necesitan para soportar las adversidades que la sociedad receptora plantea a los nuevos miembros, llegados desde países lejanos, con culturas diferentes. Las reflexiones terminan, casi siempre, con la pregunta, ¿Cómo se llama esa fortaleza que necesitan los inmigrantes para soportar las adversidades, y a veces hostilidades, que tienen que enfrentar en el país de destino?
Las distintas respuestas que se han bosquejado, sin ninguna duda, son sólo acercamientos a lo que constituiría una respuesta que contenga toda la verdad al respecto. No es fácil responder a una pregunta sobre un tema tan complejo y profundo. Siendo las migraciones hechos humanos que no comienzan con la llegada al país de destino, sino allá en la patria que nos parió, por las adversidades económicas, las intolerancias políticas y religiosas o los desajustes emocionales, es necesario asumir que la fortaleza se empezó a fraguar en la primera página de la novela migratoria.
Se necesita fortaleza para tomar la decisión de emigrar, se necesita fortaleza para emprender y recorrer la travesía migratoria y, claro, se necesita gran fortaleza para vivir, con heridas abiertas, el rigor que implica estar trasplantado en una tierra a veces hostil y llena de incertidumbre y ausencias.
La palabra que mejor representa esa fortaleza que el inmigrante necesita para seguir de pie y luchando por sus sueños, posiblemente sea: RESILIENCIA. La resiliencia permite que los migrantes podamos recuperar la fuerza espiritual después de cada golpe, mantener el equilibrio en medio de tormentas y permanecer sanos y cuerdos, en medio de la peste y el desquicio.
Las migraciones son, mayormente, el fruto de hostilidades naturales, torpezas políticas y fanatismos religiosos. La RESILIENCIA nos ayuda, a los migrantes, a erguirnos sobre las adversidades que estos males nos generan; pero sólo el ejercicio ético del poder político y religioso y una serenidad emocional a toda prueba, podrían remediar el doloroso drama de las migraciones.
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