Una asambleísta me detalló la lista de insultos que se hacen una a la otra, dos de sus compañeras (de la misma -o ahora más bien, distinta- tienda política). Se ofenden, se insultan a la abuela, a la madre y a la santa partera que las trajo al mundo. En una frase parecida, mi fuente pudo resumir así las últimas peleas. Pero, ¿sucedía así antes?, pregunté. Esta servidora pública, de la que hablo guardando su anonimato, hizo otro resumen que, una vez deshilachado y separando lo político, deja resaltada la diferencia de la compostura. Ha sido muy notoria la distancia entre las costumbres, hábitos, y modales anteriores y los que se empiezan a ver positivamente ahora.

Me dirán que la política apasiona, obvio. Apasiona la lucha, la defensa de una propuesta legislativa; sí que apasiona la agudeza de escrutinio político a la hora de fiscalizar. Sin ninguna duda es una pasión que convoca. Pero esa pasión debe transformarse en el natural entusiasmo del trabajo público, no en un lenguaje burdo y soez.

El correísmo ha usado la pasión para ahondar las diferencias sociales, pero no la reivindicación de los más necesitados, sino entre los que creen en la libertad y los que gustan adorar a un dios de barro; los que buscan la justicia y los que tapan la corrupción. Una pasión desvergonzada, estéril.

Lo que la cuna no te da, la vida no te presta, así tengas toda la plata del mundo. Por eso, ante los anuncios de que van quedándose sin poder, la vulgaridad sale sin ninguna vergüenza, manchando su lenguaje con la esencia que llevan dentro, marcando en los demás el tipo de huella por la que serán recordados.

El dinero, bien o mal habido, no puede comprar la fe en la ética para sí mismo y para los demás. El dinero y el poder van y vienen, y sin ellos solo queda lo que han dado, en este caso: destrucción. Es una lástima que paguemos sueldos a personas que no invierten en su crecimiento profesional. Así sea por un principio de supervivencia política, no les vendría mal un curso básico de convivencia. Con respecto a la vergüenza, nos tocará no perder la esperanza de que algún día la recuperen.

Por: María Josefa Coronel.

Tomado de: Diario Expreso

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