El 14 de febrero se celebra en muchas partes del mundo el “Día de San Valentín”, recordando a un personaje de la antigua Roma que realizó muchas actividades al servicio de los demás, en efecto, se narra una que impactó a la comunidad, el hacer casar a los soldados presos con sus prometidas a escondidas de las autoridades religiosas. Al enterarse de estos votos matrimoniales Claudio II de Roma ordenó decapitarlo, acción que motivó la admiración por Valentín, santificándole la iglesia romana. La conmemoración ha ido creciendo, pero desde una perspectiva laica, como el día del amor, extendiéndose luego a día de la amistad.

Empero, en la actualidad el día del amor y la amistad se ha mutado, sobre todo, en estos últimos meses, cuando personas e incluso familias se enfrascan en una disputa de palabras y hasta de obras en favor de una candidatura u otra a la Presidencia de nuestro tercermundista país; la discordia llega al extremo que nubla la razón, anula la inteligencia y se antepone incluso la fuerza entre hermanos, primos y hasta contra padres. Se genera violencia doméstica, por un motivo hasta cierto punto pueril, para terminar, defendiendo a seres humanos llamados “políticos”, pero que, en el fondo, con respetables excepciones, son personajes que solo les interesa el bienestar de pocos, pero que viven a expensas de las grandes mayorías.

Auguramos que, hoy más que nunca practiquemos el amor y la amistad como afectos personales, puros y desinteresados, compartidos con otras personas y fortalecidos mediante interacciones entre seres humanos, además de que, en los tiempos y espacios políticos, sin perder la importancia que tienen, dejemos a un lado sobre todo a aquellos que generan acciones negativas con discursos mitómanos y hasta agresivos que han llegado hasta a la misma célula de la sociedad: la familia.

Es necesario que comprendamos que no podemos ni debemos festejar este día del amor y la amistad, cuando no compartimos nuestros sentimientos positivos, cuando nos encontramos recargados de negatividad; que, a la final repercuten morbosamente en el cuerpo y el alma. (O)

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