A la vuelta de 12 meses, el 8 de marzo de cada año se festeja y se conmemora el Día de la Mujer, ser que hasta ayer no más permanecía en el ostracismo, salvo excepcionales apariciones cual fugaces estrellas en el firmamento. Empero, hoy con sobra de méritos, con el dominio de la tecnología y la academia, se constituye en imprescindible eslabón de progreso.

No hay área del quehacer humano que esté fuera del ámbito de la Mujer; no obstante, este arribo formidable, la Mujer no ha abandonado el sutil papel de madre, amiga y esposa. Derrama amor, dulzura y lo hace con el infinito don de la bondad.

No quisiéramos los hombres festejar a la Mujer solamente en su papel de empresaria, profesional, política, estadista. Seríamos enteramente felices de festejarla primero y ante todo en la enorme fuente de su imponderable amor que la convierte en la Reina de la Naturaleza.

Por supuesto, su presencia en el devenir de la humanidad es cada vez más y más importante y sólo gracias a su decisión y entereza contamos con un mundo que camina hacia el anhelado equilibrio de género.
La mujer ya no es solamente la musa inspiradora de los sentimientos, ya no solamente es la fuente del amor y la felicidad; es, desde siempre, el cimiento de la familia y la sociedad.

Quizá es más fácil entender a la Mujer desde la profundidad de su existencia que asumirla entre los contables asientos de la economía. Quizá se la ame más como crisol de todos los sentimientos que como punto importante de la política.
Talvez, la mujer sea la armonía de la caricia y el amor más profundos, que la implícita actitud de administradora de la ley y la justicia.

Creo que siempre será la Mujer angelical más amada, respetada y considerada que la Mujer autoridad.

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