En este Ecuador de sinuosas pasiones, todos los días, alguien, desde la inquieta academia, desde la sesgada política; desde la candorosa opinión pública o desde el impaciente fuero interno de cada ciudadano, parece buscarse la respuesta a la pregunta, ¿Cuál es el Ecuador que los ecuatorianos queremos?
Sin duda, esta omnipresente pregunta nos está denunciando que el Ecuador que hoy tenemos, no es, necesariamente, el Ecuador que colma las aspiraciones de las grandes mayorías.
Diríase que en Ecuador ha tenido vigorosa vigencia la metáfora del eterno retorno. Pues, revisada nuestra agitada historia, parecería que llevamos haciéndonos la misma pregunta por más de 194 años. Tal parecería que siempre regresamos a lo mismo: El poder, político o económico, no florece, no trae lo siempre prometido-esperado y nos regresa siempre al principio, con más frustración que esperanza en el imaginario popular. La impúdica conducta dionisíaca de los poderes económicos y políticos, sin la menor brizna de vergüenza, nos han repetido, cada quien a su turno y con sus propias falacias, que ellos y sólo ellos, pueden conducirnos a la tierra prometida. Y aquí estamos, por cerca de dos siglos de vida republicana, balbuceando el mismo mantra: “Ultimo día de despotismo y primero de lo mismo”.
Existe, sin embargo, un segmento de la población ecuatoriana que, desobedeciendo a los dionisíacos poderes, ha asumido la estoica resolución de desoír a las sirenas del poder y, guiado por un imaginario trascendente y con una ética superior, imponerse una salida de este círculo vicioso en el que nos quieren tener los malvados poderes.
En la búsqueda de la supresión del eterno retorno, quizá debamos seguir la ruta de los migrantes. En su coraje a la hora de partir, en su perseverancia a la hora de luchar; en su solidaridad a la hora de vivir la ecuatorianidad lejos de la patria; en su estoicismo a la hora de soportar el desarraigo y las hostilidades y en su resiliencia a la hora de levantarse de sus caídas, allí, allí están las señales del recorrido que el verdadero pueblo está dispuesto a recorrer para tener el Ecuador que queremos. Está claro que la pulcra diáspora ecuatoriana no busca un Ecuador con un Estado-cuna-hamaca. Lo que busca es un Ecuador de leyes, de instituciones y de oportunidades. No busca un Ecuador de tutelaje y alienación.
Si los migrantes, (pléyade de ecuatorianos a los que tanto alaban los políticos, por justas razones) con su brújula clara y su genuino patriotismo buscaran como destino un Estado-cuna-hamaca, entonces habrían emigrado a países paternalistas y tuteladores, con gobernantes autoritarios y mesiánicos; pero, no, los que emigraron, buscan como destino países donde las oportunidades, no las promesas bonitas y falsas de los mendaces mesías, les permitan gestionar sus sueños; donde el esfuerzo propio y el trabajo honrado sean el motor de su prosperidad y de una ética movilidad social. El migrante no cree que la militancia o la corrupción sean los asépticos caminos a recorrerse para construir el Ecuador que todos queremos.
Quizá, y solo quizá, en el trascendente imaginario de los migrantes y no en la falsa sabiduría del poder político o del poder económico, esté también la ruta del Ecuador que todos queremos.
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