El yerno de Baltazar Ushca ha decidido seguir con el ‘frió’ trabajo en el volcán Chimborazo

En la puerta del museo de Guano aún se puede ver el rostro de Baltazar Ushca, conocido como el último hielero del Chimborazo, en la carreta en la que su hija, Carmen, vende helados de paila. “Me gusta seguirlo viendo, aunque ya no hable conmigo”, dice.

Baltazar falleció el 11 de octubre de 2024. A pesar de esto, el hielo del volcán sigue llegando para que Carmen continúe vendiendo helados de paila. Esto ha sido posible gracias a Juan Ushca, su esposo, quien decidió continuar con el legado.

Diario EXPRESO viajó hasta el coloso para acompañarlo en una de sus jornadas de trabajo. Son las 06:00 y en la comunidad de Cuatro Esquinas, los 5 grados de temperatura congelan hasta los huesos. “Toca salir temprano, porque si llueve arriba ya no se puede trabajar”, comenta.

Está nublado y no es posible ver el volcán. Por una pendiente baja con Luis, un burrito de 10 años que lo acompaña en los ascensos. “Yo lo compré chiquito y le enseñé a subir conmigo”, cuenta.

Juan, de 1,50 metros de estatura, viste pantalón negro, botas de caucho, chompa y poncho rojos. Lleva el infaltable sombrero para el frío. Sonríe y advierte que la jornada, para los citadinos, es muy dura. “A mi paso, unas cuatro horas de camino”.

Son 12 kilómetros de camino. Él ha subido dos veces por semana desde 2016; en total ha hecho unos 864 recorridos. “Eso sin contar los que hice con taita Baltazar”, explica.

La primera inquietud que surge es el apellido de yerno y suegro. “No somos familia. Yo soy de otros Ushcas”, afirma Juan. De hecho, conoció a Carmen luego de una travesía por la Costa ecuatoriana.

En 2016, su suegro tuvo un accidente en la montaña que le costó una fractura de pie, por lo que no podía subir al Chimborazo. “Seguían pidiendo hielo en el mercado y ya se había dado a conocer el oficio de papá”, explica.

Para ese entonces, el yerno ya había acompañado muchas veces a Baltazar a extraer hielo del volcán, por lo que la ruta y todo lo que implicaba, lo dominaba. “Yo le pregunté si podía subir y me dijo que sí. También fue porque al taita ya le dieron trabajo en el Municipio, en el departamento de turismo”, agrega.

Juan Ushca
Juan Ushca corta la paja que encuentra en el páramo para luego envolver los bloques de hielo.Foto: Franklin Jácome

Desde entonces, se encargó del hielo, aunque no fue el único. Carmen cuenta que, de niña, también iba con su padre. Le encantaba ver a Riobamba desde lo alto. “Ahora ya se sube con botas, antes íbamos sin zapatos”.

Carmen se enamoró de la montaña

Ella, la única mujer de cuatro hermanos, también se enamoró de la montaña, y con ella, su esposo. “Yo estoy contenta de que él siga trayendo el hielo”, acota. Sus hermanos tuvieron otros intereses, como la agricultura y la crianza de animales.

Después de la muerte de Baltazar, a los 82 años, han intentado seguir con sus vidas. “No es fácil, ahora subo solo. Antes subía con papá (Baltazar) y conversábamos largo”, dice Juan.

La relación yerno-suegro se estrechó aún más en las faldas del Chimborazo.

Un largo recorrido

El camino de ascenso empieza a costar. Juan hace una primera parada para cortar con una hoz la paja de páramo que servirá para envolver los bloques de hielo.

Luego de asegurar a su burro, hace algunos cortes, sacude la paja y la mueve para que, de a poco, se forme una especie de soga. “Esto sirve para amarrar, no se zafa”, dice.

Vuelve a colocarse la hoz en el cinto y, entre risas, pide que lo esperen para ponerse las medias. Esto consiste en colocar un puñado de paja dentro de la bota de caucho para no congelarse los dedos, que, irónicamente, no llevan medias.

Esta ruta está señalizada e incluso es escenario de competencias deportivas. Fue nombrada como la ruta de los hieleros en honor a Baltazar Ushca y sus ancestros.

Hielero del Chimborazo
Juan ha subido dos veces por semana desde 2016 al Chimborazo; en total ha hecho unos 864 recorridos.Foto: Franklin Jácome

Sobre los 4.300 metros de altura, hace otra parada para ponerle un plástico a su sombrero para protegerlo de la lluvia que ha comenzado a caer. También como una cortesía para el equipo de EXPRESO que pide un ‘tiempo fuera’ para recuperar fuerzas.

“La primera vez que subí también fue duro. Taita Baltazar caminaba rápido también, luego me fui acostumbrando”, recuerda.

Falta todavía medio camino. Son las 11:00. Entre las pajas del páramo, los polilepis y las chuquiraguas se combinan las plantaciones de papas y habas.

Por la neblina, no hay perspectiva de hasta dónde hay que llegar, solo seguir el empedrado, por el que de vez en cuando se pueden observar conejos silvestres y zorros.

A 4.400 metros sobre el nivel del mar, el viento es cada vez más helado y cuesta respirar. El burro Luis lleva la delantera; detrás, Juan lo arrea para que no se desvíe del camino. Cae granizo y existe la posibilidad de que no se pueda llegar a las minas de hielo.

“Por favor, Diosito, deja llegar”, susurra Juan. Más adelante, ya se pueden ver algunas señales de nieve, lo que alienta a seguir avanzando. El empedrado termina y le suceden la tierra y rocas sueltas. Como Juan se adelantó, va dejando señaléticas con un poco de paja para seguir el camino.

Hay un letrero que avisa que solo faltan 300 metros para llegar a las minas. El tramo más difícil, solo se puede seguir de a uno entre la nieve y las rocas. Es mejor pisar sobre las pequeñas huellas de Juan, que calza 36, porque él es el que sabe.

Hielero del Chimborazo
Cada bloque de hielo pesa aproximadamente unas 60 libras.Foto: Franklin Jácome

Finalmente, ya a 4.500 metros, vuelve a asegurar a Luis, su burro, y saca pico y pala de un escondite en la montaña para sacar los bloques de hielo. Calcula, revisa y empieza a picar para remover la tierra. Aparece una enorme placa blanca.

Unos golpes más y sale en una sola pieza. Juan le da forma y la empuja con el pie ladera abajo. Así, dos veces. “Cada bloque pesa aproximadamente unas 60 libras, por eso le traigo al Luis, para que me ayude”, explica.

Esta parte del trabajo toma unos 40 minutos. Con destreza, envuelve los bloques con la paja y también los sujeta sobre el lomo del burrito. Lo arrea y lo acaricia para decirle que ya es hora de bajar. Son las 12:00.

El retorno toma unas dos horas y media, pero se vuelve menos difícil. El cielo se despeja y el volcán se deja ver imponente, enorme. “Yo sí pedí a Diosito que no llueva, si nos hizo caso”, comenta Juan.

Ya en Cuatro Esquinas, los bloques de hielo se guardan bajo tierra. Duran por lo menos 15 días. Juan se cambia de ropa y ‘vuela’ a ver a su mujer que lo espera en el puesto de helados en Guano. El legado de Baltazar está en buenas manos.

Fuente: Expreso

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