El  caricaturista ecuatoriano Xavier Bonilla, “Bonil”, relata la presión que sufrió bajo el régimen de Rafael Correa, quien lo amenazó y lo llamó “sicario de tinta”

El humorista, suele decir el caricaturista ecuatoriano Xavier Bonilla Bonil, es por definición un escéptico, un descreído, un crítico del mundo que le rodea. Ese ejercicio de su libertad de expresión lo tuvo, por varios años, en la mira del entonces presidente de Ecuador Rafael Correa, quien llegó a amenazarlo en cadena nacional y le aseguró que lucharía “con toda la fuerza” en contra “los sicarios de tinta”.

Rafael Correa fue presidente de Ecuador por  10 años, de enero de 2007 a mayo de 2017, su relación hostil con la prensa duró prácticamente toda la década. En aquel país era casi  cotidiano ver al primer mandatario romper un periódico en un acto público porque no le había gustado el titular; la relación se tensó al grado de que en 2013 su gobierno aprobó la Ley Orgánica de Medios que, según organizaciones y especialistas de ese país, ha provocado cientos de denuncias y sanciones contra periodistas.

Durante el gobierno de Correa, Bonil no sólo recibió la estigmatización presidencial, también fue demandado por publicar una caricatura en el diario El Universo; en respuesta, el caricaturista se presentó a la Superintendencia de Comunicación con dos lápices de cartulina, símbolo de “dos misiles” contra la ofensiva gubernamental.  Él fue el primero en ser sancionado por la Ley Orgánica de Medios.

Bonil habla  para  EL UNIVERSAL sobre su experiencia con el poder presidencial y  el ejercicio de la libertad de expresión.

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CORTESÍA: “BONIL”

¿La libertad de expresión tiene límites?

Esa es una pregunta que suelen responder los funcionarios, las madres superioras, los rectores de los colegios, es decir, la gente que necesita normar. Los caricaturistas, los periodistas, tratamos de ejercer esa libertad y no se visualizan, de entrada, los límites. En el caso de las caricaturas, a pesar de que la pregunta sobre los límites de la libertad de expresión es muy vieja, cobró fuerza la pregunta sobre los límites del humor, se nos orillaba a pensar hasta dónde puedes decir, qué no debes decir; a pensar en la línea roja, pero todo esto es condicionante de la libertad. Los límites, repito, son los que los funcionarios y los gobiernos deciden. En el caso de Ecuador se creó una ley con reglamentos que establecían esos límites. Para mí, el límite es la agresión y la mentira, es decir, no puedes acusar a alguien de cometer un delito si no tienes pruebas. El límite ético debe ser violencia, hacer una apología explícita de la violencia.

 ¿Cómo debe ser la relación de un presidente con los medios de comunicación y los periodistas?

Cuando el expresidente Correa empezó su mandato, a los pocos meses, tres quizá, comenzaron los choques, los desencuentros con la prensa. En una conversación con el editor del periódico, le dije que yo creía que el presidente sí tenía derecho a dar su opinión, a cuestionar a un medio de comunicación porque es parte del diálogo social, es parte de la democracia. Su respuesta, muy sincera y muy visionaria, fue: “Sí, Bonil, pero el presidente no es un ciudadano cualquiera, él tiene el poder y tiene toda la fuerza que representa el poder, esa fuerza te hace desigual en el diálogo social”. Y sí, pensé que de alguna manera tenía razón. Pasado el tiempo se comprobó que sí, que tenía razón. Una cosa es rebatir el punto de vista de un medio de comunicación y otra cosa es atacarlo, estigmatizarlo, llenarlo de adjetivos peyorativos. No sé el caso de México, pero me atrevo a imaginar que esta situación ha ido evolucionando y eso, tarde o temprano, va a derivar en una normatividad jurídica. En Ecuador se hizo una ley de comunicación, se creó una institucionalidad ad hoc para controlar a la prensa, no para perseguir a un caricaturista o periodista, sino al periodismo en general.

El expresidente Correa llamó a la población a cuestionarte; tú respondiste con otra caricatura. ¿Esos llamados fueron una amenaza?

Sí, indudablemente. Un presidente, en principio, lo que tiene que hacer es administrar el Estado, pero ya perdimos el concepto democrático, así que se nos hace normal que un presidente sea un político en una tarima. Esos presidentes, como Correa, son políticos que necesitan mantener también el poder político y el control social. En esta medida, la estigmatización, el ataque a los medios de comunicación les parece primordial. Lo que pasó conmigo es que después de lo que hizo Correa, la gente sí se me acercó, pero para saludarme, para felicitarme, pero también hubo personas que se defendieron con la misma agresividad. En Ecuador persiste casi como eslogan la idea de prensa vendida, la idea de que los periodistas son chayoteros. En mi país y, supongo que, en México, siempre ha habido periodistas que sí reciben dinero para hablar bien, pero recibir dinero del Estado como parte de la publicidad de un gobierno, me parece, no es chayote. Que un presidente te estigmatice es  inaceptable en la dinámica democrática.

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CORTESÍA: “BONIL”

En la discusión sobre la libertad de expresión se dice que sí existe porque una caricatura, una columna, un reportaje se publica; y la figura de la que se habla puede rebatir y puede cuestionar y la libertad se mantiene intacta. ¿Qué opinas?

Es como cuando un marido golpeador dice “¿de qué te quejas si te dejo hablar?, yo te golpeo y no impido que vayas con la vecina a contarle que lo hago”. Es lo mismo, ¿no? Esa discusión que tienen en México la teníamos en Ecuador. En la época de Correa había tanta libertad de expresión que hasta el presidente podía insultarnos libremente, hasta él podía estigmatizarnos y procesarnos, así de grande era la liberad. Lo cierto es que cuando hablas de una posición de poder político, hay un desbalance en la relación. Los medios de comunicación tienen poder, sin duda, pero un presidente lo tiene también sobre la fuerza pública, sobre las fuerzas armadas y, en el caso de Ecuador, sobre la fuerza judicial. Ojalá que todo esto no evolucione hacia la creación de un aparato legal en contra de los medios de comunicación. Un periodista tiene la misión de interpelar al poder público, de ver las costuras de la administración pública, claro que también tiene otras áreas como la cultura, el deporte. El verdadero periodista puede no estar cercano a la gente, pero su interés es la gente.

Has dicho que respondiste a la ofensiva presidencial con el humor. ¿Siempre te funcionó?

Respondí con humor de manera natural, no pensé en alegatos jurídicos; me surgió la idea de hacer un performance que me permitió expresarme, relajarme, me permitió hablar con un lenguaje que ellos no entendían y los descolocó. No tomarles en serio, creo, era restarles la grandeza. Además me gané una empatía con la gente, se acercaron a mí como una víctima triunfadora, el amor es un triunfo imaginario sobre alguien, no lo vencimos en los tribunales, lo vencimos simbólicamente.

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CORTESÍA: “BONIL”​​​​​​​

En México, el Presidente advierte que nunca un Presidente había sido tan atacado. ¿Los medios pueden unirse para atacar al titular del Ejecutivo?

No usaría la palabra atacar, es la palabra que usa el político, pero si sucede es legítimo, un funcionario está y debe estar más expuesto, no se habla de su vida privada, sino de su vida relacionada con el ejercicio público. En Ecuador se inventó la figura de linchamiento mediático, imagínate. Hubo medios juzgados por eso, porque resulta que varios periódicos y canales de televisión coincidieron en un tema importante de alcance nacional y obviamente todos hablaban de lo mismo, pero para el gobierno esa coincidencia obvia fue la prueba de que existía un linchamiento para atacar a un político. De modo que para mí no es un ataque, es un ejercicio legítimo en la actividad pública.

Fuente: El Universal

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